12 de Octubre de 1916 - Primer presidente por voto popular
12 de Octubre de 1916
Primer presidente por voto popular
Hace 100 años Hipólito
Yrigoyen llegó a la Casa
Rosada acompañado desde el Congreso por una multitud
entusiasmada.
“Fue muy desagradable. Han desenganchado los caballos y han arrastrado la
carroza presidencial por las calles, vociferando injurias y lanzando vivas.
Parecía el carnaval de los negros. Hemos calzado el escarpín de baile tanto
tiempo y ahora dejamos que se nos metan en el salón con botas de potro”, dijo un conservador ilustre.
En 1912 el voto secreto,
obligatorio y universal masculino -con sistema de lista incompleta, padrón
electoral sobre el enrolamiento militar y control comicial por funcionarios
judiciales- ponía fin al sistema fraudulento vigente desde la batalla de Pavón.
Mucho se ha discutido sobre
las causas que llevaron a la
Ley Sáenz Peña , desde los que interpretan que sólo es
producto de la lucha de la UCR hasta los que, negando al pueblo como sujeto
político, la consideran pura decisión de sectores modernistas de los grupos dominantes.
Como Presidente reguló las
locaciones rurales y las tarifas de los ferrocarriles, en manos de capital
extranjero; tuvo una política internacional independiente que se mostró en la
neutralidad durante la
Gran Guerra , el reclamo por la soberanía ultrajada con los
ataques a los buques “Toro” y “Monte Protegido”, su actitud cuando la creación
de Sociedad de las Naciones, y su cercanía con América Latina; promulgó leyes
laborales y medió en conflictos obrero-patronales (más allá de las muy
negativas represiones de la
“Semana Trágica ” en 1919 y de la Patagonia en 1921); apoyó la Reforma Universitaria
de 1918; promovió la creación de YPF e intentó luego nacionalizar el petróleo;
otorgó créditos subsidiados a pequeños y medianos productores agropecuarios; y
planificó una expansión ferroviaria fuera de la lógica portuaria impuesta por
los ingleses.
¿Buscaba Yrigoyen solamente el
cambio del sistema electoral, o pretendía una transformación más profunda?
Parecen indicar esto último
tanto sus realizaciones como sus ideas sobre la lucha de “la causa” contra “el
régimen falaz y descreído”, la necesidad de una “gran reparación moral”, y que
el “orden conservador” eran “sórdidas fuerzas del privilegio y del poderío sin
alma” y predominio de los intereses creados, la prepotencia y la injusticia.
En “Mi vida y mi doctrina”
señala que “la regeneración reclamada y alcanzada en todo el país es
incompatible con el predominio de las OLIGARQUIAS, que si tuvieran en sus manos
los resortes del poder o la impunidad de los poderes nacionales, se afianzarían
en sus sistemas de fuerza y regresión”, y al fraude como medio para oponerse a
la “reparación nacional”.
Esa oligarquía es la burguesía
ganadera y comercial porteña, dominante desde 1853, con terratenientes del
Litoral como socios menores, apoyo de intelectuales que provienen mayormente de
esas mismas clases, y que se amplía en 1880 con sectores del Interior, un nuevo
Ejército y capitales extranjeros ligados a ferrocarriles, frigoríficos, bancos
y compañías de seguros.
¿Cuál fue el análisis del
sector modernista para convencer al resto de los integrantes del “régimen” de
la necesidad de una reforma electoral?
En primer lugar la
conveniencia de “incluir” al radicalismo para evitar que éste y los sectores
que representaba se aliaran con un movimiento obrero que objetaba la totalidad
del modelo de la Republica Liberal Oligárquica. Otorgando la
reforma electoral el radicalismo haría de contención, y habría continuidad
económica y cultural.
Pensaban además que la UCR
sólo alcanzaría la minoría, ya que una fuerza compuesta por “gentes nobles e
ilustres” no podía ser derrotada por una de “apellidos desconocidos”.
Creían por último –y esto
resulta central- que ante la remota posibilidad de un radicalismo que ganara
las presidenciales ellos seguirían teniendo el poder real mediante el control
de la economía agropecuaria, las fuerzas armadas, la relación con los capitales
extranjeros, las universidades, el poder judicial, los medios de prensa y las
mayorías en el Congreso. Los personeros del régimen se consideraban
esencialmente integrantes de sectores dominantes en materia económica y
cultural, no un partido político sino una constelación de corporaciones.
Considerando las dos
perspectivas -la de
Yrigoyen y la oligárquica- podemos decir que este 12 de
Octubre se cumplen 100 años del triunfo de la POLITICA como expresión ciudadana
del voto popular, sobre las CORPORACIONES del “régimen falaz y descreído” y
esas “sórdidas fuerzas del privilegio y del poderío sin alma”.
En 1928, viendo que no podían
desplazar por el voto a Hipólito Yrigoyen, apelan al poder real que detentan.
Dice Moisés Lebensohn que
“desde el Senado y la Cámara de Diputados, desde la prensa y la judicatura,
desde las posiciones claves del mundo económico y de la inteligencia, la
oligarquía lo combate acerbamente. Nueve décimas partes del periodismo lo
atacan con saña, le tuercen las palabras y retuercen sus propósitos”.
El 6 de Septiembre de 1930 lo
derrocan y se inicia la “restauración conservadora”.
Tres años después las mayorías
populares, que lo habían dejado solo en ese 1930, despedían sus restos por las
calles de Buenos Aires, con pañuelos blancos al viento y lágrimas en los ojos,
expresando con dolor “PERDON, NOS EQUIVOCAMOS”.
En este centenario algunos
recordamos y otros parecen querer olvidar.
Esta nota la escribimos
con Jorge Fernández y la publicamos en el periódico Soberanía. Teníamos espacio
acotado y voluntad de evocar positivamente y de interpelar la memoria de todos.
Se nos coló la frase final como chicana, pero era parte de otra reflexión entre
cafés, que escribo por mi cuenta ahora, en mayo de 2017.
El silencio oficial sobre Yrigoyen se entiende en CAMBIEMOS. Padres y
abuelos de los amarillentos de hoy son los gorilas salvajes del ’55, y sus
bisabuelos los conservadores del Centenario. Aquella gente no era ni
visionaria, ni honesta ni liberal.
Hay un lugar común que habla de la Argentina del Centenario,
potencia mundial construida por oligarcas sabios y honestos junto a inmigrantes
esforzados que venían a trabajar. Habría sido arruinada por la demagogia y la
corrupción del yrigoyenismo, pero sobre todo por el estatismo populista y socializante
del peronismo, que acostumbró a los negros a no trabajar, y a mirar
al patrón a los ojos.
En medio de esa mítica Arcadia primigenia, un caracterizado hombre del régimen, Rodolfo
Rivarola, que no simpatizaba con radicales, socialistas ni anarquistas, decía
que
"El Centenario mostrará nuestro
país tal como es: con vicios, con indelicadezas, con perversiones morales, con
delitos; pero lo exhibe también con fuerzas de reacción, con la conciencia de
que todo ello debe concluir y la embriaguez del inmoralismo político y de los
delitos administrativos debe cesar…"
Cuando José Luis
Busaniche escribía su último libro, en los ’50, concebía la
historia patria como medio siglo de pueblo sin liberalismo seguido de otro
medio de liberalismo sin pueblo. Busaniche, un liberal auténtico y de gran
honestidad intelectual, pensaba que el medio siglo que se abría con la Ley Sáenz Peña y el
gobierno de Yrigoyen estaba llamado a integrar los dos conceptos, pero en el
’30 la restauración oligárquica había retrotraído las cosas y frustrado nuestro
despegue. Y aunque los restauradores recibieran luego su merecido, el país había
quedado empantanado en una puja inhibidora. Y se murió sin terminar su Historia Argentina.
Había hombres de aquella oligarquía que, por civismo, mejores miras o
simple inteligencia de preservación, imaginaban reformas como las del intento
fracasado de Del Valle quince años atrás. La Ley Sáenz Peña era
la llave.
El silencio sobre Yrigoyen resulta menos explicable desde la perspectiva de
los radicales. Como en la destilación fraccionada del petróleo, el radicalismo
ha ido perdiendo riqueza con cada corte y fractura. ¿Qué queda a esta altura de
sus combustibles más puros y claros, entre tantos betunes y asfaltos? Cálculo
difícil, pero concedamos que lo suficiente como para intentar su recuperación.
El silencio sobre 1916 y el rechazo a que se lo homenajeara desde el Frente
Para la Victoria suena ridículo, pero tiene que ver con el difícil lugar en que
ha quedado, amarrado al carro triunfal conservador a cambio de recuperar
presencia en el gobierno.
Quizás influya que Durán Barba, el faro doctrinario, sea un ecuatoriano
global que no ha de sentir ni comprender la historia rioplatense ni las
aspiraciones históricas del pueblo argentino.
Si me hubieran contratado como consultor, de esos que sirven lo mismo para
un lavado que para un fregado, habría sugerido un homenaje abarcador, rescatar
la memoria de Yrigoyen y despojarlo de sus intuiciones y actos nacionalistas y
populares. Recuperar las sugerencias de Roca a Ricchieri de entenderse con Don
Hipólito, las afinidades de éste con Roque Sáenz Peña y el debate parlamentario
de la Ley Electoral del año ’12. Incluir
allí mismo a De la Torre y la Democracia Progresista, y plantear a toda la
sociedad que si aquello hubiera funcionado bien no se hubiera perdido la
república en 1930, haciendo con esto un guiño alfonsinista al mencionar la
película de Pérez, Gregorich y Vanoli.
Habría dicho que Macri reúne en su persona la vertiente del inmigrante
exitoso legada por su padre (junto a negocios y off shores, claro, pero eso no
lo hubiera dicho) y la tradición modernista e industrial que hereda por la vía
materna de los Blanco Villegas. Y agregado además que su acuerdo con Sánz y
Carrió integra los componentes en tensión histórica del radicalismo, encarnando
en sus figuras la razón práctica del Peludo y la denuncia altiva de Alem.
Y en medio de un festival de fuegos artificiales, humo y globos amarillos,
habría planteado que aquel camino se extravió por la confusión que generó la
Gran Guerra Europea y el susto por la Revolución de Octubre. Y que si aquella
alianza –que es la misma PRO-RADICAL de hoy-
se hubiese consolidado, seríamos como Inglaterra y los EEUU (esto
siempre cae bien en la gilada) y tendríamos un sistema de partidos de
alternancia, con políticas de Estado, uno que busca más la libertad y los
negocios, y otro que tira más hacia la igualdad y la justicia. Y sobre todo,
que si eso hubiera pasado nunca, nunca, hubiera existido el peronismo ni las
réplikas de aquel sismo.
Han hecho creer cosas más difíciles
de creer. Se lo perdieron. O quizás sea que se perdieron.
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