CEOs, zorros y yacarés


CEOs, zorros y yacarés
Justo y Pinedo, Videla y Martínez de Hoz, Menem y Cavallo, condujeron momentos de restauración conservadora y profunda reconfiguración de la estructura oligárquica. Fueron heterodoxos en algún sentido, llevaron adelante la reestructuración de la alianza hegemónica. Tuvieron que disciplinar a muchos de sus pares para que se amolden a una nueva época y manera de sostener su predominio y sus negocios. Mucho más los sufrió el resto de la sociedad, pero ése es otro tema.
Hubo en esos hombres una estrategia para reafirmar el gobierno sobre una sociedad argentina subordinada, para evitar el desarrollo nacional autónomo, para replantear una inserción en el mundo donde, como desde hace siglos, el núcleo dominante aprovecha su vínculo internacional subordinado para mantener sojuzgado al resto del país.
Tuvieron e impusieron una visión estratégica y una idea colectiva. Mezquinamente colectiva, clasistamente colectiva, colonialmente colectiva. Esos oligarcas tenían todavía ecos de aquella generación del ’80 que se concebía como orgullosa propietaria de una región del mundo, propiedad que les hacía un lugar en las grandes capitales y les daba prestigio. Un oligarca argentino que derrochaba su dinero en París, se parecía más a un noble ruso que hacía lo mismo que a un rico burgués de Francia. Aunque viviesen en París, su fortuna, su prestigio y su propia autovaloración estaban anclados en las pampas o en la estepa.
Quizás la globalización esté trayendo novedades culturales. El gobierno de los grandes gerentes de compañías internacionalizadas puede tener otras miras. Su mundo ya es otro. Ninguno, ni siquiera el CEO máximo a cargo de la presidencia del país, parece preocupado por un rediseño mezquinamente colectivo. No parece haber orden ni concierto en sus acciones. No parece que sean constructores de un sueño dulce para ellos que sea, en espejo, pesadilla de mayorías excluidas. No. Más parecen una laguna llena de yacarés donde cada uno busca meramente llevarse su propio y más grande bocado.
De chico disfruté de El zorro de Disney. De adolescente sospeché que era propaganda para justificar el despojo yanqui de Tejas, Nueva Méjico y California. Los De la Vega eran una promesa de sociedad aristocrática, preeminente por su mérito, por su gracia y por justicia. Los criollos obligados a defender al imperio –Reyes y García- unos inútiles buenos que había que mejorar y redimir; los indios innominados, esforzados y dignos de mejor patrón. El Gobernador, el Corregidor y el Capitán Monasterio, malvados y rapaces funcionarios peninsulares, sin vínculo ninguno con la tierra, ni su historia ni su futuro. Su educación, sus valores, sus intereses estaban lejanos, y su paso por la California colonial era una anécdota, una circunstancia de negocio, una parada de su escalafón en un dispositivo de administración global.

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