Corrupción selectiva y obra pública
Corrupción selectiva y obra pública
Hay fiscales, periodistas y librepensadores que
consideran que se habría urdido un complot para hacer millonario a un
empresario de la obra pública, beneficiándolo durante largos años. Para eso fue
necesario ganar la presidencia del país y ejercerla durante tres períodos. El hombre
no ha sido ni el único ni el más beneficiado por las licitaciones, y conocidos
allegados a los intereses denunciantes han tenido mayor y más antiguo desempeño
en las mismas lides.
Se ha pedido investigar toda la ejecución de obra
pública, pero no parece despertar interés de los denunciadores. Cabe sospechar
entonces que lo que preocupa no es tanto la cuestión de la orientación o
cartelización de la obra pública, sino culpar a un gobierno y una
dirigente.
Como con esas
telenovelas franquiciadas en que actores locales representan los mismos
dramones, sucede lo mismo en Brasil. Una ola más de las recurrentes
persecuciones a los movimientos populares.
Como no se animan a criticar las políticas públicas,
los líderes populares son meros ladrones, casi salteadores de caminos. Eso habilita proscribirlos, perseguirlos, sacarlos de la discusión política. Según
las épocas, hasta matarlos y exhibir su cabeza en una pica para aquietar a las
masas[1].
Demos una vuelta más a la cuestión. Mientras se
bate el parche de alguna corrupción en la obra pública, se multiplica de manera
nunca vista la deuda externa, y esa colocación de deuda es -para graficar, unas
7.000 veces mayor que las televisadas bolsas arrojadizas, o 35.000 que los
contados y re-contados fajos de la financiera rosadita, también televisados
hasta el hartazgo.
Esas colocaciones de deuda han de tener un
mecanismo de contratación que resulta más abstracto que la de una obra pública (y
más sofisticado, si nos atenemos a la etimología de este adjetivo).
Si los empresarios de la construcción son capaces
de acordar cómo presentarse a licitaciones y cartelizarse, bien podemos
sospechar que los banqueros, con su pléyade de contadores, financistas,
periodistas de propaganda con orientación económica y alcahuetes, han de ser
capaces de artimañas semejantes, pero más refinadas, oscuras y difusas.
Si tuvieran honestidad verdadera y preocupación
cívica sincera, podrían marijuanes y bonadíos investigar un poco, y podrían
monersanzes, margaritos y carrioses escandalizar en el ágora. Preguntar, por
ejemplo, si son posibles las coimas en un negocio tan poco transparente, sería
una inquietud razonable para moralistas que, sin embargo, no muestran mayor
interés en la cuestión.
La obra pública sustituida por la
timba financiera no parece un gran paradigma. Machacar sobre la corrupción en
la obra pública es bueno, ya que en todo el mundo y bajo distintos regímenes
hay mala práctica asociada, de sobreprecios o subejecución. Hacer creer por
omisión que en la emisión de deuda no hay corrupción no es ingenuidad, sino el
regreso de la patria financiera, con su corolario de fortalecer a sus
curanderos económicos y periodistas pagos, para reconfigurar esos flujos.
La falta de obra pública es una
condición para evitar el desarrollo, muy bien analizada en manuales imperiales
y en prescripciones de los organismos multinacionales de crédito. La “patria
contratista” que se denunciaba en tiempos alfonsinistas, era un grupo de
empresas más vinculadas a las concesiones de servicios públicos que a la
ejecución de obras. No está de más recordar que desde 1975 (rodrigazo) hasta
2002 el neoliberalismo redujo la obra pública a niveles ínfimos. Dos
excepciones fueron San Luis y Santa Cruz.
En la breve historia IIRSA (Integración de la
Infraestructura Regional Suramericana) fue muy debatido si el diseño y el
financiamiento de la obra pública debía facilitar el flujo extractivista de
nuestros recursos naturales, concebidos como meras materias primas, commodities
a colocar en el mercado mundial, en vez de servir a la integración de nuestros
países y al desarrollo de nuestras sociedades.
No conozco el caso Odebretch ni sus
detalles. Leyendo poco los diarios me animo a suponer que una empresa brasilera
que empezó décadas antes de abolirse la esclavitud, ha de haber apoyado muchos
gobiernos, con más o menos distancia o participación. No es un producto de PT,
ni ha de haber sido muy distinta a otras empresas brasileras que cultivaran el
favor de gobiernos para ejecutar obra pública. No muy distinto a las europeas o
norteamericanas. Llama la atención el escándalo, y no puedo dejar de pensar que
el moralismo condenatorio se vincula a objetivos disciplinadores que bajaron
del norte. Golpear al PT como la más fuerte estructura política de la izquierda
populista sudamericana, abortar la salida al mercado global de una empresa
brasilero-sudaca de ejecución de obras, bombardear el BRIC.
Que quede claro: la corrupción
administrativa está muy mal, tanto desde la ética y la moral como desde la
lógica política. Como militantes duele doblemente, ya que lastima en lo
individual que algunos se aprovechen de sus cargos para enriquecerse personalmente,
y lastima que esa actitud debilite la confianza entre compañeros, y entre la
sociedad y nuestra fuerza política. Pero eso no me lleva a confundir
prioridades ni perder de vista objetivos propios y ajenos.
Cuando yo era chico vivía todavía un
señor que se había venido a Entre Ríos en los años ‘20. Era un francés
orgulloso de haber defendido a su país en la primera guerra mundial. Decía tener
mal los pulmones por haber inhalado gas venenoso. Lejos de quejarse, agradecía
que él se hubiera salvado y se lamentaba por sus miles de camaradas muertos en
la batalla. Contaba cosas de la vida en las trincheras, que yo escuchaba con
atención. Heroísmos, valentías, mezquindades y flaquezas de los hombres en
guerra. Recordaba con desdén y con rencor a un sargento que se quedaba con una
parte mayor de las raciones y les robaba cosas que les enviaban amigos y
familiares al frente. ¿Y no le hacían nada? ¿No lo denunciaban con los jefes,
por miedo, por temor? ¿Por qué no lo asesinaban entre tanta muerte? Decía que
nunca, en toda la guerra, dejó de saber que tenía a los alemanes enfrente.
[1] “Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. Declarando
ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de partidarios políticos, lo
que hay que hacer es muy sencillo.” Bartolomé Mitre – presidente por la fuerza
de las armas.
“No sé qué pensarán de la ejecución del Chacho. Yo
inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida precisamente
por su forma, sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro, las chusmas no se
habrían aquietado en seis meses” – carta de Sarmiento a Mitre
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