La Nación y sus nombres
La Nación y sus nombres
El diario La Nación aborda persistentemente una
cuestión polémica, larga y centenaria: la denominación de lugares públicos y
edificios estatales, y la revisión de esa nomenclatura.
Los argumentos del
diario, que reconocen antecedentes en la historia occidental, son razonables y
apuntan a combatir el culto a la personalidad y mantener en alto los ideales
republicanos, donde el poder se reparte en el tiempo y en la sociedad, evitando
los males de la concentración de la riqueza, la decisión y el prestigio en una
personalidad sola, por importante que fuese. El homenaje extendido y abusivo,
como estampar su imagen en monedas y retratos, fue práctica de los monarcas
absolutos –“ L'État, c'est moi”- y de los totalitarismos del
siglo XX.
En nuestro país esta
prédica iluminista arranca en el Mayo inaugural con aquel primer episodio
disparatado, acerbo y enfermizo del Decreto de Supresión de Honores. Mariano
Moreno lo promueve ante la Junta cuando pretende entrar al cuartel de Patricios
y lo detiene un guardia que no lo reconoce. Días antes, en un festejo
cuartelero por el triunfo de Suipacha, un oficial borracho y chupamedias había
obsequiado una corona de repostería a Saavedra y hecho un brindis proclamándolo
emperador de América, lo que obró de pretexto para el decreto. El brindis de
Duarte provocó desagrado en el propio Don Cornelio, que fue el primero en
firmar la absurda norma de supresión de honores.
Yo siento aversión y
desprecio por alcahuetes y obsecuentes, a quienes no confundo con leales; y no
me gustan y me molestan la pompa y el boato ceremonial. Eso no quita que aquel
decreto me resulte ridículo, impostado,
envidioso e inútil.
Recordemos que a poco
más de un año del decreto famoso, Rivadavia –el más grande hombre civil de la
tierra de los argentinos, al decir de Mitre- decreta autorización y establece
para sí mismo disponer de carruaje, guardia y pompa virreinal para realzar y
sostener la autoridad.
Hay contradicción entre las fábulas escolares. El guardia que
no deja entrar a Moreno obra mal por el peso de la ignorancia colonial, el
conservadorismo militar de Saavedra y su populismo en ciernes. En cambio el
guardia que al poco tiempo no deja entrar al polvorín a San Martín con espuelas
merece elogio por cumplir su deber de guardia.
La furia
antipersonalista se descargó luego sobre los caudillos en toda la literatura
unitaria, y se concentró en el padre y más abominable de todos, Artigas. Rosas
se llevó la palma y el lauro del culto a la personalidad, que para espanto de los ilustrados volvió cuando
Yrigoyen y tuvo su resurrección en Perón y Evita.
Para la prensa
conservadora de la época, partidarios fanáticos de “El peludo” desengancharon
los caballos de la carroza presidencial y lo llevaron a tiro ellos mismos desde
el Congreso a la Casa
Rosada , asumiendo “la animalidad propia de los radicales”. La
propaganda y la iconografía peronista mezclaban la de los totalitarismos
vencidos en la Guerra, la de “El padrecito Stalin” y la de la liturgia
católica, impregnando hasta los libros de lectura escolares.
Que la oligarquía se
escandalizara no quita que no hubiera abusos innecesarios y propaganda torpe,
como bien señalaba Jauretche en el final de “Los profetas del odio”. Tanto
poner nombre de Eva y de Perón en calles, plazas, parques y provincias irritaba
a muchos, quitaba significación y peso al homenaje; se volvía parte del paisaje
y quedaba reducido a un puro signo, perdiendo el símbolo parte o todo su
sentido.
La oligarquía argentina
se queja cuando no puede nominar y disponer en beneficio propio de honras y
homenajes. Condena como irracionalismo atávico de masas a los funerales que
cada tanto las multitudes prodigan a sus líderes queridos. Se sorprende cada
vez de la reaparición de ese monstruo, lo condena y se burla. Dice que es
irrelevante, pero vejan cadáveres, menosprecian recuerdos y televisan almuerzos
en que niegan que el muerto esté muerto.
Cuando no son ellos
quienes lo disponen dicen que carece de importancia y que hay demasiados
problemas graves en el país para andar ocupándose de cambiar el nombre a una
calle.
Ese tironeo de partidos
y de corrientes ideológicas en los nombres de calles tuvo tiempos de bautizo y
rebautizo. Canning vs. Scalabrini Ortiz ha sido un clásico. La Alameda de la
Federación de Paraná fue cambiada bastante después de Pavón en Avenida
Rivadavia (como yo la conocí y como todavía la sigo llamando). Toda una
provocación al localismo federalista entrerriano, si bien se mira. Recuerdo el
comentario mordaz de una carta de lectores poco antes del golpe del ’76, que
criticaba la demagogia peronista de haber restaurado el nombre para tener “la
única alameda de lapachos”.
Pero volvamos a hoy. Un
hombre de la familia
Mitre , Lopérfido, y un ministro de su propiedad, Lombardi,
son abanderados de una cruzada por quitar el nombre de Néstor Kirchner al
centro cultural que funciona en el
antiguo edificio del Correo Central, en el bajo de la ciudad de Buenos Aires.
Homenajear a alguien
vivo es una aberración, nos enseñan, y sería incluso conveniente legislar que
no se pueda dar el nombre de ninguna celebridad sin dejar transcurrir por lo
menos diez años desde su muerte. Para dejar reposar las pasiones.
Recordamos sin embargo que durante
la primera presidencia de Roca, en 1883 y estando bien vivo y saludable Don
Bartolo, se emitieron billetes con su retrato. También que en 1901, cuando el
senador Mitre cumplió ochenta años, se organizó la Comisión Central
del Jubileo presidida por el Ex Presidente Uriburu, se declaró fiesta nacional
el 26 de junio, se organizaron celebraciones en la vía pública y se iluminaron los
edificios principales de Buenos Aires. La calle porteña "De la
Piedad" y el partido bonaerense de Arrecifes se rebautizaron con el nombre
Bartolomé Mitre, y aunque no existía el INCAA y el cine era
incipiente se hizo una película sobre el vencedor vencido de Pavón.
A su muerte, en 1906, se organizaron
funerales multitudinarios, y publicaciones de la época dedicaron números
especiales con fotografías y dibujos de Mitre agonizando y de Mitre ya sin
vida, por ser necesario registrar la muerte de una figura ilustre. Se
acuñaron medallas para entregar en el entierro y se pidió a la familia que
donara al Museo Histórico Nacional el chambergo, tan famoso como el dueño, que
le habían puesto incluso ya de muerto.
Al hombre no le faltan
homenajes, y eso que fue un caracterizado hombre de facción, por decirlo
suavemente.
Largo sería hacer un
inventario completo de cuántos lugares e instituciones públicas y privadas llevan
el nombre del polémico gobernador de Buenos Aires, ya sea por admiración, por obsecuencia
o por mera costumbre de imitar.
Nos llega una inquietud
de ciudadanos independientes para cerrar la grieta de esta contradicción
abismal de La Nación.
Proponen cambiar el nombre del
Centro Cultural Kirchner por el de Bartolomé Mitre. La placa que alude al
Secretario de Obras Públicas, ing. José López, de que abomina Lopérfido, se
cambiaría por la mención a Emilio Mitre, que con su ley de ferrocarriles
entregó a los ingleses leguas y leguas de tierra para que la negocien,
empequeñeciendo al hombre de las bolsas. En el mismo acto se pondría el nombre
de Néstor Kirchner a todos los sitios, calles, plazas, parques, edificios, clubes,
bibliotecas, sociedades y vecinales; y su imagen a billetes, monedas, sellos,
premios y medallas que hoy recuerdan a Don Bartolo.
Comentarios
Publicar un comentario