Libros, libros, libros

“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa, y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”
Italo Calvino, Las ciudades invisibles.

La publicidad sólo sirve para que la gente quiera cosas. Mediante la publicidad puedes crear en la gente hábitos automáticos de compra, puedes despertar apetencias insaciables, pero lo que no puedes hacer, y eso lo sabe todo el mundo, es emplearla para que la gente sea mejor.
Frederik Pohl, La guerra de los mercaderes.

Elihu Willsson era presidente y accionista mayoritario de la Personville Mining Corporation, así como del First National Bank, propietario del Morning Herald y del Evening Herald, los únicos periódicos de la ciudad, y copropietario al menos de todas las demás empresas de alguna importancia. Aparte de estos bienes, era propietario de un senador de Estados Unidos, de un par de diputados, del gobernador, del alcalde y de la mayor parte de los diputados del Estado.

Dashiell Hammett, Cosecha Roja.

Libros, libros, libros

Carlos Marín es un periodista entrerriano que no parece alcanzado por aquella sentencia de Shaw sobre un gremio de conocimientos tan vastos como las aguas del océano, pero de tan poca profundidad que no alcanzan para mojarse las rodillas.
Promocionaba yo Relatos de Viaje cuando me hizo, para El Diario de Paraná, un reportaje amable y laudatorio pero no complaciente, que me obligó a pensar más que para escribir los textos reunidos en aquel libro.
No se me había ocurrido reflexionar sobre cuál era el sostén teórico, conceptual o ideológico que usaba para vincular producción intelectual y militancia política, ni por qué elegía en aquel momento darle forma de libro. Le dije que esa pregunta requeriría otro libro, y pensé que no sería yo quien lo escribiera.
Dije, no obstante, que el vínculo entre teoría y práctica es un problema no tanto de sostén ideológico como de actitud y posibilidades vitales. Una cuestión es el anclaje ideológico que uno tenga; y otra, aunque muy vinculada, cómo se concibe y se pone en actos la relación entre la teoría y la práctica.
También dije, sobre lo primero, que quizás por una formación intelectual un poco libresca, empecé siendo un izquierdista jacobino que, mientras estudiaba ingeniería durante la dictadura, leyendo historia y mirando lo que sucedía cambié de actitud. Me propuse participar en política porque no me satisfacía quedarme sólo en analizar y criticar lo que pasaba.
A partir de esa decisión, y en la medida en que uno crea que no hay cambio ni revolución posible si no se realiza democráticamente, convenciendo mayorías, la teoría queda atada de manera indisoluble a la necesidad de convencer y organizar. Lo que impone despojarse del iluminismo y de la idea de que la verdad es patrimonio de pocos, que está en un lugar fuera de la sociedad –la iglesia, el Libro, el partido-, desde donde desciende, se derrama o alumbra. “Nadie puede ser más inteligente que su tiempo”, sentenciaba Scalabrini Ortiz.
La canción de “La Mosca” hace teoría política cuando dice “juntando pedacitos, armando despacito un sueño pa’ soñar”, lo mismo que el prólogo del propio Scalabrini a El hombre que está solo y espera con esa idea de que sólo la reunión de multitudes permite avizorar el espíritu de la tierra.
Sobre la actitud vital, caben otras. Humberto Eco le hace decir a alguien en alguna parte “desde que advertí que no sería protagonista procuré ser un observador inteligente”, frase ingeniosa pero individualista. Maquiavelo escribe cuando queda desplazado del poder en Florencia, y busca interesar a los Medici para reingresar. Siempre he admirado que grandes líderes políticos hayan escrito obras mientras hacían revoluciones. ¿Cómo harían? ¡Y encima tan bien escritas!
La escritura política sirve para convocar a la acción; para buscar un orde­n a las piezas de la realidad y dar un sentido único y un destino común a los actos de los hombres; o para anunciar algo nuevo, por el con­tenido, por la forma o por la oportunidad. Es necesario provocarnos un poco, mantener la curiosidad, alejarnos de la rutina y desconfiar siempre del sentido común y lo que se nos quiere dar por verdades consagradas.
Hay una escritura política que no me gusta, y son esos libros con títulos llamativos que prometen chismes sobre el biografiado. Libros de ocasión, tras el velorio de alguna estrella fugaz, para leer en la playa, o que retratan livianamente algún prócer semanal o el demonio prescripto para el mes por las usinas de medios concentrados. Esos libros resultan útiles para el autor y la editorial, pero no me gustan.
Volviendo a Marín, preguntaba si publicar, ahora, un libro de política, servía para revalorizar y recuperar el rol que tenía en la segunda mitad del siglo XIX para los debates acerca del país. En aquel tiempo el libro y su circulación eran el espacio privilegiado, la tecnología para difundir ideas masivamente que caracterizaba el momento. El afán por presentar ideas y perspectivas con una lógica determinada por la escritura del texto y el orden en los argumentos, se diluyó con la llegada de nuevos avances tecnológicos. Ya no existen protagonistas de la vida política que escriban, ordenen, sistematicen sus ideas para compartirlas con otros, decía. Y también que extrañaba el nivel del debate entre Alberdi y Sarmiento, que para discutir se `tiraban´ con libros de su autoría por la cabeza, y que aquella tradición merecía revalorizarse y recuperarse.
¡Bueno, qué ejemplos que pone!- dije. Y que quizás en estos tiempos algún programa televisivo de chimentos hubiera invitado a Alberdi y Sarmiento a tirarse de verdad y no figuradamente sus libros por la cabeza, a los gritos y sin escuchar ni leer nada de lo escrito.
Alberdi escribe el Fragmento buscando influir sobre Rosas, y las Bases para hacerlo sobre Urquiza. Sus escritos posteriores a Pavón, los más lúcidos, son crepusculares. Esa idea del búho de Minerva levantando vuelo al caer la tarde. Facundo es un libro tan grande y bueno como falaz, que convoca a la acción poniendo la palabra en tensión. No me gusta Recuerdos de Provincia, donde el autor, joven, se hace su propia e interesada biografía laudatoria. Como César cuando escribe sobre las Galias. Espero no caer nunca en esa actitud de gente sin abuela, necesitada de hablar bien de sí misma.
Vaya a saber uno cuál es el rol actual de los libros de reflexión política. Se trata de una modalidad de discurso no predominante en el paradigma de comunicación vigente hoy en la sociedad. No estamos en la galaxia Gutemberg, como cuando yo era chico. De todos modos, una plataforma tecnológica no sustituye o elimina completamente a las demás, coexisten. Durante sus quinientos años de primacía, la imprenta no eliminó las variadas formas orales del discurso. Ni lo hicieron los libros durante los dos mil años anteriores. Cuentos, relatos, mitos, leyendas, refranes, dichos, chistes y pareceres, en fogones, borracheras, cuarteles, fiestas y reuniones secretas, habrán tenido su efecto en miles de gentes dispuestas a prestar oídos, ya sea para repetir sin pensar, como para reflexionar sobre, desde o ayudados por ellos.
Hace cincuenta años Mac Luhan intuyó todo esto. El medio es el mensaje, con sus dibujos de collage, sus textos audaces y su pregunta sobre qué sentido tenía escribir un libro postulando el agotamiento de su eficacia, no pareció resolver el problema, pero sembró la inquietud.
¿Tiene sentido buscar la palabra precisa y el discurso articulado en un tiempo en que el pensamiento se constituye en un marco de circulación vertiginosa y volumen enorme de mensajes? Algún sentido ha de conservar. No digo que sea una estrategia eficaz y completa de comunicación, ni siquiera una táctica. Pero con que alguien leyese un texto y encontrase placer o utilidad, ya valdría el esfuerzo. Como francotirador suelto, como esas botellas con mensajes que dicen tiraban los náufragos en islas desiertas.
Por otra parte y aunque me digan que lo que impacta es la lluvia y la acumulación de infinidad de mensajes breves, imágenes, sonidos, inter-textos y todo eso, siempre me queda la sospecha de que para provocar esa inundación vertiginosa, para realizar la tarea de fraccionar y envolver contenidos en pequeños paquetitos atractivos, debe haber un lugar, antes y más atrás, que los conciba y produzca, que para cultivar la lógica del fragmento ha de haber una siembra plena de orden y concierto. Sea la mano señalada del ajedrez borgeano, sea el que maneja los piolines de la marioneta universal de la marcha de la bronca.
En su sueño del espejo Alicia contempla al Rey Rojo durmiendo, que sueña con ella. Parece un enredo tan absurdo como comentar yo en este libro preguntas que Marín me hizo sobre el sentido de los libros al presentar el anterior. Como aquel personaje de Landrú, Rogelio, el hombre que razonaba demasiado, que tanto razonaba y tan mal que iba a parar a cualquier lado.
Muchas veces me encontré con un libro cuya lectura pareció que cambiaba mis perspectivas, torciendo el camino de mis actos. Que un libro caído por azar en mis manos me llevara, como quien recorre un espinel, a seguir tirando obsesivamente de una serie impensada de lecturas. O que al tropezar con otro éste disparara y se abriera en un racimo de temas y autores nuevos, y multiplicados espineles. Esa reiteración obliga a la pregunta sobre si el libro llega por mera casualidad, si esa casualidad no existe y el encuentro está de algún modo predestinado. O si no es en realidad uno mismo quien está buscando ese libro y ese autor, por alguna causa desconocida o porque en realidad ya venía barruntando sin darse mucha cuenta una decisión o rumbo que no se animaba a encarar.
El Sr. Olivander, dueño de la tienda de artículos mágicos, le dice el primer día a Harry Potter que no es el mago quien elige la varita, sino la varita la que elige al mago.

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