oposición responsable
oposición responsable
Atildados panelistas televisivos y analistas
dominicales prescriben la necesidad de una oposición
responsable como precondición para la cultura cívica de un país moderno. Antiperonistas
de toda la vida aconsejan una reconfiguración del peronismo que deje atrás la
etapa kirchnerista.
Dejemos de lado que esas mismas usinas de propaganda
atizaron durante una década una oposición virulenta; dejemos de lado que claman
al cielo por tempestades políticas que despejen cual viento del sur todo rastro
de populismo; y dejemos de lado también que ese libreto tenga una dimensión
sudamericana y apunte solamente a gobiernos que no se someten al diktat
imperial. No hay que ser muy lince para sospechar quiénes son los libretistas,
cuán mentidas sus convicciones y cuán impostados sus modales de doctores
pacifistas.
Como tantas consignas tramposas, su efectividad reside
en la repetición infinita más que en la reflexión. Vale preguntarse entonces
qué sería una oposición responsable.
Los mercaderes de la palabra nos dicen que un país
evoluciona cuando sus facciones acuerdan un núcleo de objetivos comunes y se
comprometen a defenderlo. Y que toda lucha entre partidos debe respetar y
preservar esos objetivos, para lo cual se deben cumplir premisas esenciales al
juego político, como aprobar el presupuesto que envía el Presidente, o apoyar
las vigas maestras de su política. Convocar movilizaciones, criticar medidas, retacear
el quórum o bloquear leyes redunda en ingobernabilidad e incertidumbre, quita
confianza a los mercados, los hace reticentes a invertir y propensos a llevarse
afuera, con toda lógica, el dinero que obtienen en el país. Y la sociedad cae
en el desánimo por ese conflicto permanente, perdiendo motivación y fe en el
progreso. Si una oposición es irresponsable,
además de los daños que le causa a la sociedad sufrirá un castigo, por cuanto
esa misma sociedad le dará la espalda y la responsabilizará por los males. Por
eso a la hora de armar las listas de candidatos, en vez de nominar a quiénes
representan y expresan cabalmente el ideario partidario, convendría buscar
figuras que midan en (sospechadas)
encuestas, que se parezcan al gobierno y voten sus iniciativas, que no
irriten a los mercados y que hagan lo que digan sus empresas de comunicación
masiva.
En primer lugar cabe aclarar que piden respetar las
formas pero sin sostener ningún programa de fondo. Sería razonable pedir
aquella conducta si se acordaran objetivos sociales y nacionales. Pero el
gobierno oligárquico atropella conquistas, derechos, logros sociales,
económicos y soberanos aún después de prometer demagógicamente en campaña
electoral que “mantendría lo bueno y
corregiría lo que hiciera falta”. La
apelación a las buenas formas y modales es, entonces, hipocresía y cinismo en
el PRO; maniobra astuta de coerción y soborno desde las corporaciones;
desorientación y coartada oportunista en opositores tenues.
Se trata de una maniobra muy vista en nuestra
historia, la más clara, la de manual, durante los años ‘30. Conservadores, demócratas y socialistas abominando de "Yrigoyen y
su régimen de corrupción y demagogia", apoyaron el golpe y la república del
fraude. Los radicales de la Concordancia sumaron su apoyo, y más tarde el
alvearismo participó legitimando la farsa. Todos fueron opositores responsables muy bien tratados por los diarios. Con su
prestigio por el suelo al fin de aquella Década Infame.
La socialdemocracia europea, desde la caída del Muro
de Berlín, adoptó una actitud estratégica semejante, en una sociedad cuyos
niveles de riqueza e igualdad eran mucho mayores que los nuestros. Ha
conservado una cuota de participación decreciente en los gobiernos pero a costa
de alejarse, primero de sus principios, y luego de las mayorías. Y como se
alejó de las mayorías se redujo por ende su capacidad de contención, resultando
ahora menos necesaria para aquellas corporaciones.
En los ’90 también supimos por aquí de oposiciones
domesticadas, más preocupadas por cumplir un papel teatral que por alcanzar
objetivos políticos en una estrategia opositora consecuente. Seguir aquellas
doctrinas posibilistas llevó al reinado de la anti-política, al estallido del 2001 y al reclamo –tan desesperado
como inculto políticamente- del “que se
vayan todos”.
En las elecciones bonaerenses de 2013 el FPV cayó preso
de esos cantos de sirena, buscando un candidato que se pareciera lo más posible
a su adversario principal.
Todavía hoy escuchamos dirigentes y militantes de
posiciones duras y categóricas casi todo el tiempo, menos al llegar las
elecciones, cuando salen corriendo a buscar candidaturas descafeinadas.
¿Cuál
ha sido el sentido de proclamarse opositor responsable y fantasear con la
avenida del medio? Los opositores prudentes y concesivos que han avalado al
gobierno no han estado a la altura de su responsabilidad. Transitar por una
inexistente avenida del medio entraña el riesgo de terminar subido al cantero
central atropellando gente.
“Serás lo que debes ser y si
no no serás nada”, decía José de San
Martín.
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