por la vuelta


por la vuelta
 “No hay sueño más grande en la vida que el sueño del regreso. El mejor camino es el camino de vuelta, que es también el camino imposible.”
Alejandro Dolina
“. . . La luz volverá, no importa la larga noche. Vendrá como un canto de zorzal y la espera será corta. El fuego que más conforta, el de los libres iguales, la larga noche de males cambiará en luz meridiana . . . ”
Defensa del cantor – Alfredo Zitarrosa
Tras las elecciones -para desmovilizar, dividir y desviar cuestionamientos- los propagandistas, ideólogos y mandantes de CAMBIEMOS anunciaron una verdad inapelable: “el ciclo ha terminado. El 49% fue una coalición coyuntural, sostenida por el clientelismo, la demagogia y el miedo. Alejado del gobierno, basamento exclusivo y fuente única de su poder, el kirchnerismo es cosa del pasado, reducido a un pequeño grupo ideologizado hasta el fanatismo que añora los beneficios que usurpaba. La sabiduría de políticos modernos rescatará al PJ de 12 años de somnolencia populista. Dirigentes sindicales y peronistas con responsabilidad de gobierno negociarán hábilmente con los nuevos gerentes de la revolución de la alegría”.
Esas usinas anuncian un cambio de época y exigen un peronismo opositor que garantice la gobernabilidad. Buscan estigmatizar al kirchnerismo, aislarlo y segregarlo. Ofrecen tribunas, prestigio y popularidad a los dirigentes que reciten su libreto.
La invocación a la responsabilidad cívica opera como coartada para la genuflexión oportunista. No hacen falta oficialistas, ya que sobran entre dirigentes, comentaristas, analistas, huéspedes, panelistas y comensales de TV. Hacen falta opositores inteligentes, que expresen el amplísimo campo ciudadano que rescata y sostiene la propuesta política que gobernó entre 2003 y 2015.
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Desde las usinas del cambio se pregona que el peronismo debe realizar una autocrítica. Esa autocrítica que nos recomienda la propaganda oligárquica tiene ya escritos sus manuales de procedimiento y su libreto. Conviene desconfiar de esos libretistas, que prescriben renovar el envase pero exigen -sobre todo- abjurar del contenido.
Nuestros gobiernos reconstruyeron el país tras el estallido de la convertibilidad. Década larga de recuperación y distribución de bienes materiales y simbólicos. La leyenda negra de “la pesada herencia” apunta a dividir el movimiento popular y desprestigiar a los dirigentes que pretendan retomar el camino.
Debemos defender aquellos logros con humildad y sentido autocrítico, pero hay que ser cuidadosos para que la autocrítica no sea obstáculo para la reconstrucción de la unidad popular, ni tampoco consista en tirar el agua sucia con el chico adentro.
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La oligarquía no tiene autoridad para exigir autocríticas. No la ha hecho todavía por el proceso militar. Los que exigen “verdad completa” han negado y ocultado por cuatro décadas información sobre sus crímenes. Desde la identidad y destino de miles de desaparecidos, hasta las complicidades económicas perpetradas al calor de aquel asalto al Estado. Los mismos periodistas y doctores atildados que nos exigen autocríticas no piden que los militares procesistas rompan su pacto mafioso del silencio, festejan el ramo de flores de Obama como sublime disculpa y callan sobre Papel Prensa y el latrocinio oligárquico. ¿Por qué, entonces, tenemos que ir nosotros al Circo Romano a ser exhibidos como trofeos?
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En tiempos de la guerra fría se criticaba desde el mundo libre la crueldad y la propaganda del otro lado del telón de acero. Cada tanto sabíamos de algún disidente soviético que tras manifestar leves reproches al comunismo estatista era enviado a Siberia para su reeducación. Tras una temporada de encierro daba una conferencia de prensa admitiendo su desviacionismo, y agradecía al Partido que lo hubiera recuperado. Tortura, drogas y amenazas alentaban el cambio. Ahora vemos desfilar por almuerzos, programas de chimentos y mesas políticas con lucecitas montadas para escena, a viejos y decadentes militantes peronistas. Con pose de superados desgranan sus nuevas verdades. No son amenazas las que alientan el cambio, sino dinero y prestigio consagratorio envasados para vanidosos en declive. Eso no es autocrítica, sino abdicación lisa y llana.
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La autocrítica es necesaria y es buena si sirve para comprender las causas de la derrota, analizar los cambios en la situación internacional que no supimos ver y que nos determinan, corregir errores, apartar malos dirigentes, evaluar al enemigo que tenemos enfrente, mejorar procedimientos. Hay que evitar -en medio del reclamo de autocrítica- potenciar divisiones, rencores, mezquindades y ambiciones individuales de esas que hay en todo agrupamiento humano en todo tiempo y lugar.
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Hay que evitar citar a Jauretche cayendo en mero ritualismo. También hay que tomar en cuenta su actitud política en sus disidencias y sus críticas a Perón y al peronismo, durante el gobierno y tras la caída. Las diferencias que marca nunca lo llevan a hacer el juego al enemigo. Cuando no está de acuerdo, cuando se siente menospreciado o subvalorado, cuando disiente sobre nombramientos, nunca toma la actitud de crítica abierta o disolvente. Se aparta, enojado y dolido, pero no escupe para arriba ni define su conducta por lo secundario. Y da un paso al frente cuando la reacción “libertadora”, mientras callan, se ocultan o se venden muchos alcahuetes.
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No volveremos por la mera equivocación de los otros. El kirchnerismo no debe plantarse en un discurso cerrado y acrítico a la espera de que el pueblo vaya a buscarlo para un regreso, igual a sí mismo, por el mero fracaso macrista. El macrismo puede no fracasar. Puede fracasar parcialmente y ser descartado por la oligarquía, entregando la posta en un recambio de elenco para ejecutar la misma política. Y puede también fracasar y que el pueblo encuentre un cauce distinto al nuestro. El camino de regreso no existe, no está prefijado, y deberemos construirlo con inteligencia, tenacidad y convicción en el rumbo.
Volveremos en la medida en que logremos reinventar la dinámica y la agenda del movimiento popular, acorde a las necesidades del pueblo argentino y el nuevo contexto internacional. Este frente no puede ser una mera apelación al pasado, pero tampoco una aceptación resignada de las nuevas indicaciones de los gerentes del ajuste perpetuo. Debe articularse con la sociedad enfrentando ideológicamente al gobierno de CAMBIEMOS e impugnando con claridad el ajuste neoliberal.
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Tras la derrota de Tacuarembó en 1820 el artiguismo se fragmenta y se extingue. Vencido y traicionado, Artigas se sobrevive treinta años exiliado en Paraguay. En 1825, con la Banda Oriental convertida en provincia Cisplatina del Imperio del Brasil, y en medio de trabajosas gestiones para conseguir el apoyo de las divididas Provincias Unidas, Los 33 Orientales lanzan su cruzada libertadora. A pesar de haber sido mayoritariamente seguidores de Artigas, no hay invocación al Protector de los Pueblos Libres. El silencio de los leales que intentaban retomar un camino duró hasta la muerte del Protector, se prolongó unas décadas más, y se le fueron mezclando dosis de olvido y difamación. ¿Negación de la historia reciente para conseguir aliados? ¿No mentar al antiguo jefe desterrado, no fuera cosa que quisiera volver? ¿Imposición de viejos enemigos de Artigas, temerosos de sus ideas y de su espectro?
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Oportunismo, verticalismo y obsecuencia, quizás inevitables, son malas prácticas. Alcahuetería no es lo mismo que lealtad. Hay oportunistas que no está mal acoger a nuestro lado, y hay arrepentidos a los que debemos brindar puente de plata para que vuelvan.
El verticalismo es una mala metodología, y mucho peor si se practica ritualmente, quitando lugar para el espíritu crítico. La fuerza debe ser disciplinada, pero la disciplina ha de ser inteligente, basada en convicciones, formación y adoctrinamiento.
La retórica estridente encierra peligros para la construcción de la fuerza. Hay que prevenirse de algunos. Por un lado no debe olvidarse que el dispositivo de comunicación enemigo es muy superior al nuestro, que opera sobre una base de sentido común apuntalado desde usinas imperiales de espectáculo e información, que llega a la pantalla de TV de cada hogar vestido de neutralidad y pasatiempo. La construcción del miedo a terroristas, zombis, narcotraficantes colombianos, musulmanes fanáticos, demagogos populistas y coreanos nuclearizados está presente en cuanta serie enlatada en Hollywood se despacha para estos lares. La propaganda local opera partiendo de ese piso muy alto. Ese mismo dispositivo omnipresente de periodistas al servicio oligárquico está pendiente de buscar pequeñas anécdotas para amplificarlas descalificando a nuestros dirigentes. La pequeña infidelidad que se festeja en unos se descarga como herejía en los nuestros, la evasión fiscal y el contrabando que se excusan a un presidente, se compensa con la venta irregular de un auto décadas atrás. El pajarito que habla con Maduro recorre el mundo, mientras las barrabasadas de nuestros hombres de amarillo se contemplan indulgentes como rasgos dulces de humanidad.
Una frase exaltada, un insulto de un dirigente nuestro, por secundario que sea, es presentada por esas mismas usinas como la opinión de la jefatura de nuestro movimiento, como exégesis del pensamiento íntimo de Cristina Fernández, como muestra del espíritu intolerante y violento de nuestra fuerza política. Que nuestros enemigos traten de dibujar nuestro rostro de la manera peor no exime que tendríamos que tener cuidado, al hablar, de no comprometer al conjunto. Cada uno de nosotros tendría que tener cuidado en cómo dice las cosas, pensando en ganar consensos. Para hacerlo no hace falta resignar ninguna convicción, sino hablar con inteligencia. A veces el entusiasmo y el enojo pueden llevar a la torpeza. Otras veces la torpeza es producto de buscar hablar a la tribuna interior, mostrarse el más firme guardián de la jefatura, en una actitud de obsecuente afán escalafonario, que no repara en el daño que causa al conjunto del dispositivo. Hemos visto, además, como unos cuántos ardientes apologistas de la Presidente se convirtieron, cual Cenicientas, en distantes críticos cuando dieron las doce campanadas del 10 de diciembre de 2015.
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Muchos compañeros se enojan porque la sociedad no valoró las realizaciones kirchneristas. Hay que comprender más que enojarse.
¿Cómo fue que la acción del primer peronismo fue más valorada que la de la década kirchnerista? ¿Por qué todavía encontramos gente que recuerda y valora con devoción la pelota de fútbol, la  máquina de coser, la sidra y el pan dulce de tiempos de Evita; mientras que otra tanta siente que el plan PROCREAR o el empleo en tiempos k han sido fruto exclusivo de su esfuerzo individual?
Ha de haber varias causas. Una es de percepción de grados, de intensidad. La sociedad cambió, aquella venía de una enorme postergación material y simbólica, y hubo multitudes que vieron en Perón y en Evita redentores que los hacían entrar, por primera vez, a formas modernas y occidentales de vida de las que se les hacía sentir excluidos. No es ilógico que personificaran aquellos beneficios y realizaciones en las figuras de sus líderes. La sociedad de principios de este siglo era una sociedad que tenía conciencia histórica de esos derechos, y que vivió no un ingreso al Reino, sino una recuperación de lo perdido. El kirchnerismo no los otorgó, sino que fue parte, fue liderazgo en el proceso de recuperación.
Por otro lado es posible que hayamos hecho poca o mala política, que en algún momento la práctica de dirigentes y militantes descansara más en la gestión estatal que en la persuasión política que debe acompañarla. La explicación de cada medida y de cada acción de gobierno debe estar presente acompañando a la gestión, como explicación didáctica y humilde, y no como presuntuosa exhibición de poder, ni como fanatizado consignismo, ni como neutro ejercicio tecnocrático.
Y hay una gran batalla cultural que se libra globalmente en el mundo, que tendremos que pelear mejor. Tras la caída del Muro de Berlín el individualismo consumista es la ideología que destila el capitalismo internacionalista, que lo alimenta y que lo sostiene.
Rafael Correa, en su último discurso a los maestros abriendo el año lectivo, dijo que sentía un gran fracaso al no haber ganado la batalla cultural. Que muchísimos ecuatorianos que salieron de la pobreza se comportaron como unas doñas Florindas que querían alejarse de la chusma, los don Ramones, y malcriaron a sus caprichosos hijos Quicos, buscando agradar a los señores Barriga, capitalistas compasivos.
Debemos esforzarnos por recrear el atractivo de las concepciones igualitaristas. También debemos evitar una crítica que despliegan las usinas capitalistas, que es esa que dice que todo grupo que cuestiona el orden establecido busca apropiarse de un botín, busca su propio rédito económico, busca sólo su lugar de poder. Hay que evitar que parezca que, en vez de terminar con los privilegios, queremos sustituir a los privilegiados. Y, más todavía, hay que evitar que sea cierto.
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La agenda que teníamos pendiente hay que desarrollarla. Debemos abrir ciertas discusiones que negamos en su momento, por obsecuencia, por mezquindad, por razones de oportunidad, por compromisos con actores vinculados a la gobernabilidad, por razón de Estado, por no abrir frentes innecesarios, por mera incapacidad de percibir su importancia.
La credibilidad de nuestra fuerza exhibe pergaminos importantes, como son la gestión de gobierno, cercana todavía, y miles de militantes y dirigentes comprometidos. La Plaza de la despedida del 9 de diciembre fue una muestra. Esos activos, sin embargo, también los teníamos el día de las elecciones de 2015 y perdimos. Es cierto que una parte de la sociedad percibirá decepción con su apuesta por CAMBIEMOS, pero nuestra estrategia de poder no debe basarse sólo en esa probable decepción. Toda derrota tiene consecuencias, y no controlar el Estado también incide en la ecuación de poder. El  democristiano italiano Giulio Andreotti se burlaba de ese lugar común de comentaristas políticos que dice que “el poder desgasta”. El dirigente del penta-partido completaba la frase y decía que “el poder desgasta al que no lo tiene”.
Habrá quien dude de nuestra fuerza política, ahora en el llano. ¿Por qué habrían de creernos ahora si no nos creyeron antes? ¿Por qué creer que haremos en el futuro lo que no encaramos o no pudimos hacer siendo gobierno? Muchos se lo preguntarán, con mayor o menor derecho, y no debe enojarnos. Hay que re-tomar vínculos y re-construir  credibilidad con cada actor sectorial sobre cada punto de esa agenda; hay que forjarla de nuevo con la mayor dimensión colectiva de participación.
La ley de medios fue un ejemplo de esa construcción desde abajo y progresiva. Nuestro gobierno se encontró con un actor colectivo que venía de una larga década de batallar en ese sentido, recogió buena parte de sus demandas, articuló y consensuó con legisladores opositores, y tuvimos la ley. Las leyes por la reforma del poder judicial, en cambio, fueron escritas con rapidez y muy pocas consultas, cuando sobraban argumentos para poner en el debate social los defectos que buscaba corregir.
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Tampoco, y en sentido contrario a la reflexión anterior, debemos caer en el desánimo sobre nuestras posibilidades de revertir el desastre que reina hoy o nuestra propia dispersión. Militar en el peronismo de finales de la dictadura, y tras el triunfo alfonsinista tenía niveles de dispersión mucho mayores que los de hoy, tanto en lo que hace a las distancias ideológicas de sus facciones, como en las cuentas pendientes y rencores entre ellas. El recuerdo de la década de realizaciones era lejano, de casi treinta años; y por otro lado había que explicar el fracaso del tercer gobierno y la violencia intersectorial.  Aquel gobierno del 45 al 55, por otra parte, había terminado con un golpe cruento y una persecución despiadada y sistemática, que destruía obras y avasallaba derechos sin que los dirigentes tuvieran derecho a la acción política. Eso generó también una pérdida de experiencia social y política al salir de la escena una amplia masa militante, lo que volvió a darse, amplificado en crueldad y sadismo, en el ’76.
Más allá de lo que quiera pintar la prensa infamante, el gobierno de Cristina Fernández terminó en un festejo multitudinario –como no ha podido realizar todavía CAMBIEMOS-, la legalidad no fue suprimida, las obras no han sido demolidas –salvo en el feudo jujeño- y militantes y dirigentes están presentes. Hubiera sido mejor una firmeza mayor en unos cuantos, pero no puede compararse con algunas traiciones y deserciones de aquellas épocas. El piso desde el que afirmarse es mucho más alto y más firme, y por eso la inquina enemiga es tan grande y sostenida.
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La reconstrucción de la credibilidad también hay que vincularla a algunos tópicos: la ejemplaridad, la austeridad, la actitud dialoguista, la honestidad y transparencia en la administración.
La sentencia “los ricos no roban” y la búsqueda de famosos para volcarlos a la política, parecen contradecir que exista un anhelo social de austeridad y rechazo al exhibicionismo. Aunque eso no constituya o sustente ninguna teoría política, y aunque no sea una exigencia de la sociedad, pienso que es mejor que el dirigente sea austero y poco dado a la farándula. Algunos explican que protagonizar escándalos, lucir extravagante, mostrarse en noviazgos con estrellas fugaces de televisión y cosas por el estilo redunda en popularidad que aumenta la competitividad electoral. Me permito desconfiar, y lo rechazo. Cómo llegar condiciona y determina a quien llega.
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Apelar a la resistencia como palabra convocante puede tener sus riesgos, si se traslada automáticamente una comparación con la caída y el regreso de Perón. Rara vez la historia se repite idéntica. Conviene releer la resistencia, comprender que fue un proceso arduo, largo y complejo. Recordar sus circunstancias, que no son éstas, y que fueron cambiando durante los 18 años. El relato y el balance final hacen perder de vista las múltiples encrucijadas que se abrieron durante esa larga marcha, alternativas de caminos que podrían haber llevado a mejores resultados. La propia figura del líder fue cambiando, y él mismo corrigió errores, puntos de vista y entornos, tanto en hechos como en palabras.
El primer Perón es el confidente de Cooke, el de la intransigencia, el de la quilombificación y el sabotaje, el que cita a Trotsky y a los jacobinos. Sus tropas andan divididas, perseguidas, reconvertidas. Durante el breve interregno lonardista muchos sindicalistas buscan un nuevo equilibrio con el gobierno. Su propia renuncia ante el Ejército y su propia salida habilitaban esa lectura de un nuevo punto de equilibrio, con menos obrerismo y sin la omnipresencia de su liderazgo. Es un Perón todavía enojado, que desconoce a los militares del alzamiento del ’56 y los critica ácidamente, un Perón aislado de quien se apartan muchos dirigentes que lo acompañaban en su gobierno, siendo su vicepresidente Teisaire un caso emblemático.
Pasan más de dos años hasta el giro hacia el acuerdo con Frondizi, giro que venían preconizando peronistas como Jauretche, Scalabrini o Güemes, aunque se materialice con Cooke, de intransigencia reconocida. Perón no era un conductor indiscutido e infalible que manejaba todos los hilos del movimiento, ni fue sino al final el estadista descarnado, socialdemócrata y ecologista. En el desgaste del régimen y sus gobiernos sucesivos, así como en la reconstrucción del movimiento peronista y su estrategia de victoria, participaron todas las expresiones y tácticas de los peronistas y de muchos sectores políticos que fueron viendo en él la opción mejor para el destino nacional.
Es ilusorio y equivocado creer que la lectura final de los 18 años sea un manual para aplicar en las circunstancias actuales, y es torpeza recrear consignas de aquellos tiempos pensando que habrán de tener el mismo efecto. Exhumar cánticos contrarios a Vandor para amenazar sindicalistas por sus conductas negociadoras es tan ridículo como pernicioso, porque resulta desubicado e irreal, y porque genera confusión y rechazo mezclando complejas valoraciones de hace cinco décadas en un momento en que debe trazarse una raya que divida las aguas y ordene las fuerzas según la realidad de hoy. Hacer eje en reivindicar las organizaciones armadas o en denostarlas de plano, en nada suma a ese ordenamiento necesario. Nuestros enemigos, por otra parte, no cejan en buscar cualquier desmesura verbal para etiquetarnos a todos. Esos debates están bien y son necesarios para la formación, la evaluación y el análisis histórico. Las consignas son apelaciones para la acción cotidiana, más eficaces cuanto más brevemente sinteticen la estrategia del momento y mejor induzcan a seguirla.
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El movimiento debe buscar la unidad tras la política y una conducción. La unidad por la unidad es una coartada para cambiar de orientación. Mientras define su conducción, y al hacerlo, al discutir la política y construir el discurso, no hay que decir palabras, ni tomar medidas, ni promover acciones que retrasen, destruyan o conspiren contra esa unidad. Debemos generar un discurso para la reconstrucción de la organización.
De poco vale agarrársela con los gobernadores y tildar a todos de traidores. Agobiados por la gobernabilidad, tendrán su rol en la reconstrucción del poder popular, pudiendo desarrollar una presencia política sostenida en recursos institucionales y de proyección más fuerte. Difícilmente surja de ellos el liderazgo que reconstruya el movimiento, su rol será otro. Los bloques legislativos perdieron su cuarto de hora para convertirse en referencia, diputados al dividirse, senadores al votar el pago a los buitres. Los sindicatos también jugarán su rol de retaguardia, columna vertebral y sostén. Eso no quiere decir que protagonicen y encarnen una conducción. En los ’60, duros y dialoguistas, las dos ruedas hacían andar el carro.
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Prodigar con ligereza excomuniones tampoco resultará muy útil, aunque nos enojemos con algunos dirigentes. Habrá que pensar si falló un poco el control de calidad. Armadores de listas de diputados se enojan con algún dirigente a quien entronizaron y de quien cantaban que era la revolución encarnada. Por Santa Fe también prodigaron lugares “para ganar” relegando a dirigentes probados. Hay que enojarse con los desertores, claro, pero reservar un poco de enojo para quienes los pusieron en lugares donde la traición duele, y sobre todo mejorar los criterios de selección.
Si incurrimos en explicaciones fáciles, simplistas y que se contradicen con la realidad, debilitamos la capacidad de persuasión. La crítica no siempre adquiere mayor eficacia porque se usen adjetivos más duros. El caso Nisman, por ejemplo, adquirió ribetes infames por la utilización golpista que hicieron agencias de inteligencia extranjeras y cadenas oligárquicas, cuyo objetivo es condicionar la política exterior argentina. La construcción de su figura como prócer cívico y luchador por la verdad es ofensiva al sentido común, y sus cualidades morales, su promiscuidad con servicios secretos, dineros de origen extraño, paraísos fiscales, operaciones políticas grotescas de su ex pareja, desmanejos de su madre y desinterés en su trabajo, son categóricos para juzgarlo. Conviene no olvidar que llegó a su cargo por nuestro propio gobierno, en un marco determinado de relaciones con los EEUU.
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Hemos criticado la superficialidad de las formas de nuestros adversarios y han sido criticadas nuestras propias maneras. Hay quien argumenta, desde nuestro propio campo y con razón, que lo importante es el contenido, que prima sobre las formas. Es cierto, pero esa verdad no quita esta otra: si perdimos por tan poco, y en ese poco incidieron nuestras formas y maneras, entonces esas formas y maneras dejan de ser secundarias y se vuelven esenciales. Nos exige revisarlas, en el modo de comunicar, de explicar, de conducir. Conducir no es mandar, enseñaba Perón; que también decía que “si tenemos razón volveremos y si no tenemos razón sería mejor que no volvamos”.
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Herman Hesse, en aquel extraordinario libro suyo que es “El lobo estepario”, cuenta cómo, en una especie de sueño, Harry es reconvenido y aconsejado por una figura en que se mezclan madre, prostituta y novias perdidas. La chica invita a bailar en un tugurio de la Berlín de Weimar al frío intelectual melancólico, culto y refinado. Cuando le dice que no sabe bailar ella le reprocha burlona que es absurdo saber latín, artes, matemáticas, filosofía e historia, ser experto en todo lo difícil, y ser incapaz de lo fácil. Enseñanza que debe tomar todo frente que aspire a la victoria.

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