privados de eficiencia y de razón
privados de eficiencia
y de razón
Profetas de falsas doctrinas machacan a diario por la tele.
Hay miles de despidos en tambos, criaderos de cerdos, fábricas de zapatos y
metalúrgicas, pero explican que no es
para preocuparse, porque en una sociedad moderna priman los servicios, y las
nuevas tecnologías sustituirán por otros nuevos, más numerosos y más avanzados,
los puestos de trabajo que se pierden. Los mismos propagandistas, a renglón
seguido, aplauden a un gobierno que quita fondos a la investigación científica
y a la educación. Docentes e investigadores son un gasto improductivo si ha de
sostenerlos el erario público.
La superioridad de los servicios dista de ser una verdad
universal o un teorema matemático. Esas apelaciones a la modernidad incurren en
falacias y contradicciones que no hay que ser muy lince para ver. Se utilizan
palabras que evocan comarcas lejanas y un futuro que nunca llega para tapar el
turbio presente del terruño. ¿Servicios a qué producción, si no va a quedar
ninguna? ¿Degradando el sistema científico, que tecnología nos llevará al Nuevo
Reino?
. . . .
Echan otros miles de empleados estatales. No importa, resultará mejor porque el empleo
público no es no es un empleo genuino, tiene menor calidad que el privado y
consume nuestros impuestos que podrían no pagarse o destinarse a obras
públicas. El empleo público, en realidad, es un seguro de desempleo encubierto,
que tira abajo el promedio de la productividad nacional. El trabajo verdadero y
auténtico es el privado, y hay que bajar los impuestos a las grandes empresas
para que inviertan y lo generen.
¿Por qué sería improductiva
la tarea burocrática? Critican al empleado público porque administra -y mal- la
riqueza y el trabajo que producen otros, y porque el burócrata no produce
bienes útiles a la sociedad, limitándose a vivir de aquella administración.
Esto
hubiera sido un debate con sentido hace 10.000 años, cuando aparecieron las primeras aldeas en
Sumeria y Egipto y con ellas la burocracia administrativa. Sorprende que lo
vendan barnizado de modernidad y futuro.
¿Quiénes son los
predicadores de falsas doctrinas? ¿Son
acaso esforzados jornaleros, metalúrgicos, albañiles, campesinos de rodilla en
tierra? No, son contadores, licenciados y periodistas con orientación
económica. ¿Y qué hace un economista? No es un ingeniero, que concibe, diseña y
dirige la producción de bienes; ni un artesano ni un obrero que realiza su
ejecución con habilidad y con esfuerzo. No, un economista es un señor -o
señora- que describe la economía y participa de su administración burocrática,
ya sea desde la esfera privada como desde la estatal (aclaro que no me parece perverso).
También puede dedicarse a proveer de argumentos para que otros señores -o
señoras-, más improductivos aún, hablen y hablen sobre la cuestión. Un
periodista con orientación económica hace algo menos, ya que ni siquiera asume
responsabilidades directas, limitándose a difundir verdades o rumores, con
objetividad o al servicio de algún interés. Las más de las veces para convencer
a pobres e incautos de que no pidan su parte en el reparto de la riqueza.
¿Qué bienes produce una rubia
que arenga enfurecida por la tele entre intratables
animales sueltos? ¿A quién viste o alimenta el nocturno adoctrinamiento
moralizador desde el llano televisivo
aplanador de conciencias y atizador del odio clasista? Su tarea es aún menos
productiva que la de la burocracia estatal, y mucho más dañina.
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