Salvador Ferla


Salvador Ferla
Mi primera noticia sobre Salvador Ferla fue una nota suya sobre los fusilamientos del ‘56 en la revista Línea a comienzos de 1980. Al tiempo y sumado al grupo político que editaba aquella revista pude encontrar y darme a la lectura de dos de sus libros Historia argentina con drama y humor y Mártires y verdugos.
En el primero realiza una síntesis didáctica y simple, plagada de reflexiones originales, sobre nuestro proceso colonial y la formación del primer gobierno en 1810. También analiza el proceso de Mayo en relación a dicotomías que han perdurado en la cultura política argentina, y no simplifica en relación a los clivajes o pugnas entre afirmación nacional y alienación extranjerizante, políticas de masas e iluminismo, adhesiones populares y autoritarismos jacobinos o ultramontanos, dependencia de España o Inglaterra y tendencias independentistas. Realiza un recorrido sobre la frustración de los liderazgos populares.
El segundo -Mártires y verdugos- fue el primero que publicó y es uno de los grandes textos de nuestra literatura política que desnudan, desenmascaran, juzgan y condenan el falso liberalismo del Plata. Texto anticipatorio que previene sobre las consecuencias que traería consagrar la impunidad de los hechos del ’55 y ’56, es la primera obra que relata los fusilamientos por el levantamiento de Valle en clave política y no sólo policial.
A mediados del ’82, levantada la veda política, empezamos a divulgar y vender libros del panteón nac&pop, entre ellos los de nuestro autor.  Llegó entonces a nuestras manos un tercer texto de Ferla, menos difundido: La tercera posición ideológica. Texto clarísimo e impecable que luego “la organización” planteó quitar de nuestras recomendaciones literarias. El motivo era la crítica punzante al “verticalismo” como metodología de conducción y las críticas que el autor prodigaba al propio líder del movimiento peronista. Las organizaciones militantes (no sólo peronistas) acostumbraban mantener actualizados sus index y propinar excomuniones. Yo no dejé de ser parte de esas prácticas, aunque seguí leyendo indisciplinadamente textos heréticos. Tras la derrota del peronismo en el ’83 nos dimos a repensar todo, y volvimos a toparnos con Ferla en la revista UNIDOS, que pasamos de comprar y leer a estudiar y vender.
No llegué a conocer a Salvador Ferla. En 1986 a poco de publicarse El drama político de la Argentina contemporánea organizamos una serie de conferencias, y cuando tocaba que él viniese a Rosario nos enteramos de su muerte inesperada.
He leído y releído aquel libro suyo casi póstumo, que tendría que haber sido lectura obligada de la dirigencia y de la militancia política popular. Lectura todavía recomendable.
La revista UNIDOS publicó una sentida nota tras su muerte y una muy buena selección de textos. Sin embargo en los años siguientes Ferla perdió presencia o consideración en nuestra literatura política. Puede haber sido en parte por la metástasis neoconservadora que asoló al país, aunque esa tempestad no barrió con Jauretche, Scalabrini o Cooke.
Vale preguntarse por qué cierta desconsideración para con él, cierta ingratitud de quienes podrían, leyendo y difundiendo sus trabajos, mantener su memoria y ser mejores ellos mismos.
Más aún cuando fue un hombre que adhirió abiertamente al peronismo cuando el movimiento estaba en la mala, indignado por lo que vio de la represión ante el alzamiento de Valle. Un hombre de a pie que se sumaba en aquel momento es cosa que debe valorarse, un peronista de la adversidad que tomaba parte cuando muchos se replegaban. Fue además un militante que nunca tuvo cargo alguno, sin mayor reconocimiento de parte de los dirigentes peronistas, que vivió de su pequeño comercio –algo más que un kiosco, una librería de barrio- y que sufrió el desdén o la ingratitud de un movimiento que ha sido pródigo en promover arribistas.
El hombre no estuvo adscripto a capillas académicas, no fue el intelectual de una facción o secta de partido o movimiento político, ni tampoco fue un graduado universitario.
La obra de este escritor militante trascendió a sola fuerza del talento de su prosa, de su poder de observación,  de su capacidad de análisis y síntesis. Original y audaz en sus juicios se lo adivina enorme lector y crítico sagaz, aunque utiliza un lenguaje sencillo y rehuye de cierta petulancia académica. Cuando cita, no parece que cite invocando prestigios en su apoyo, ni buscando paliar sus carencias. Cita con humildad y como buscando dejar en claro que no presume de haber sido él quien concibió la idea de la nada. Cita reconociendo méritos de otros o para iluminar un aspecto novedoso en la interpretación de algún hecho, en una exégesis renovada y original. Contraste grande con tanto universitario engolado, no cita para que lo citen ni para intercambiar menciones que acumulen puntajes en publicaciones reconocidas.
Su mayor cercanía ideológica es Arturo Jauretche, de quien es admirador confeso. Su prosa, sin embargo, es más amable. No es un imitador, ya que tiene un estilo propio. Su ironía no es hiriente, mérito enorme quizás producto de no haber ido a la universidad. Pocas cosas hay más difíciles que desaprender los vicios del iluminismo y la soberbia de la ilustración.
Su consecuencia política se combina con una saludable distancia crítica para percibir y señalar errores, desvíos y defectos, ocasionales o recurrentes, estratégicos o anecdóticos, ideológicos o prácticos. Seguramente ese espíritu crítico, aún a pesar estar englobado por lealtad política y coherencia ideológica, le ganó miradas de soslayo, recelos, enojo de vanidades heridas o distanciamientos.
Raro peronista que no se privó de criticar duramente a Perón en todos sus libros, y con críticas tan atinadas y precisas, desde un lugar ideológico tan peronista, que nadie podía tacharlo de zurdo, facho, neoperonista, liberal ni reformista. Nunca escuché crítica abierta hacia él, como sí a otros intelectuales del panteón peronista.
Nada hay peor que el olvido y la indiferencia, por lo que valoro el esfuerzo de quienes reeditan sus obras. Escribir bien y  decir cosas buenas le han ganado un lugar en el pensamiento de los argentinos, y hacen que pueda volver a leerse con placer y provecho.
(junio 2014 en ocasión de presentar la re-edición de “El drama político…” junto a Raúl Zaffaroni, Eduardo Semino y Diana Ferla en la Escuela de Defensa Nacional


Comentarios

  1. Muy bueno, te señalo un pequeño error en el nombre de Cooke, te faltó la e, seguramente por cansancio.

    No sabía que “la organización” Línea te había planteado quitar de las recomendaciones literarias mi librito fetiche de Ferla, “La tercera posición ideológica… y apreciaciones sobre el retorno de Perón. Lo entiendo absolutamente (jamás lo compartí) de una organización que por entonces hacía pintadas con letras enormes de previa alineación con chocla (chalk-line, línea de tiza, de allí viene el término acuñado por los obreros de la construcción) que decían VERTICALIDAD. Cómo no iban a excomulgar ese librito valiente publicado en la hecatombe de julio del 74 que en su segunda parte, “Apreciaciones sobre el retorno de Perón”, comienza con dos capítulos titulados (lo tengo en la mano), así en mayúsculas, “NUESTRO AMADO SEÑOR FERNANDO VII” y “MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL VERTICALISMO”…

    Me acordé de una anécdota con que le hice recordar al Polo Juárez por el 2011, vía internet, de mí: Yo había entrado al local de “la organización”, en uno de mis escasos ingresos del escasísimo tiempo que estuve, portando un libro bajo mi brazo:” América Latina, un país”, de Jorge Abelardo Ramos. Cuando el Polo me lo vio me dice “Eso es demasiado rojillo”. “¿Rojillo por el Colorado?” le contesté. Habrá sido en el 82, casi treinta años después el Polo, cuando le conté la anécdota para refrescarle la memoria, se acordó perfectamente de mí con afecto.

    A Salvador Ferla es uno de esos libertarios peronistas que a mí siempre me gustaron (que no abundan) y que a mí me hicieron “ingresar” al peronismo como El Kadri y Rulli, acaso Hioracio, entre algunos pocos otros.

    Juan Carlos Vimo, Rosario, sábado 26 de junio de 2021

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