Trincheras


Trincheras
Cuando yo era chico vivía todavía un señor que se había venido a Entre Ríos en los años ‘20. Era un francés orgulloso de haber defendido a su país en la primera guerra mundial. Decía tener mal los pulmones por haber inhalado gas venenoso. Lejos de quejarse, agradecía que él se hubiera salvado y se lamentaba por sus miles de camaradas muertos en la batalla. Contaba cosas de la vida en las trincheras, que yo escuchaba con atención. Heroísmos, valentías, mezquindades y flaquezas de los hombres en guerra. Recordaba con desdén y con rencor a un sargento que se quedaba con una parte mayor de las raciones y les robaba cosas que les enviaban amigos y familiares al frente. ¿Y no le hacían nada? ¿No lo denunciaban con los jefes, por miedo, por temor? ¿Por qué no lo asesinaban entre tanta muerte? Decía que nunca, en toda la guerra, dejó de saber que tenía a los alemanes enfrente.


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