una fábula sin moraleja


una fábula sin moraleja
(como gustaban a Alicia)
En el 218 antes de Cristo empezó la Segunda Guerra Púnica, con la toma de Sagunto por el cartaginés Aníbal Barca.  La historia es conocida: Aníbal derrotó a los romanos en Hispania y con un enorme ejército cruzó con rapidez los Pirineos, el sur de Francia y los Alpes. Cayó sobre los sorprendidos romanos y derrotó sus legiones, dando muerte a varios cónsules y generales.
En vez de atacar una Roma presa del temor, Aníbal prefirió ocupar Italia, y muchos juzgan que fue su gran error estratégico. Durante 15 años se sostuvo en la península en admirable juego de alianzas, batallas, avances y retrocesos. En uno de los tantos momentos en que la decisión del conflicto parecía avecinarse, los romanos decidieron atacar las bases de Aníbal en España, quien se abastecía de allí porque la oligarquía cartaginesa le recelaba y lo privaba de apoyos. Prefería tenerlo ocupado en Italia y no con su autoridad en Cartago, dicen.
El asunto es que los romanos alistan una flota y nuevas legiones para despacharlas a la península ibérica, pero . . . nadie quiere asumir la dirección de la guerra, en un teatro donde ya les habían muerto varios generales y destruido ejércitos completos. Ninguno de los nobles patricios y senadores quiere tomar el mando. Es en ese momento cuando se ofrece un jovencísimo miembro de la familia de los Escipiones, Publio Cornelio. Su padre Publio y su tío Cneo fueron dos de los generales muertos en batalla contra los cartagineses.
Ya se sabe cómo siguió todo. Publio Cornelio Escipión logró controlar Hispania, desplegando una audacia semejante a la de Aníbal diez años antes. Cruzó al Africa, estableció alianzas con pueblos dominados por los cartagineses y resentidos con ellos, fue un hábil político y práctico militar y obligó a Aníbal a dejar Italia para acudir en defensa de su patria. Finalmente se enfrentaron en la batalla de Zama, y tras la victoria de Escipión terminó la guerra en 201. Publio Cornelio volvió a Italia, victorioso. Había salvado a Roma y su imperio.
Festejó el triunfo y le dieron el apodo de “Africano” por sus hazañas. Fue senador y cónsul nuevamente. Diez años después su hermano Lucio Cornelio fue designado general de los ejércitos que envió Roma contra los reinos macedónicos, con los que entró en sucesivas guerras. El “Africano” marchó con él a las guerras contra Filipo y Antíoco, en cuya corte estaba exiliado Aníbal. Tras una historia que Polibio cuenta mejor que yo los romanos quedaron dueños del mundo, en buena medida por la acción de los Escipiones. A Lucio, por sus aportes a la victoria y a la grandeza de Roma le confirieron el apodo de “Asiático”.
Vueltos a Roma, sin embargo, Publio Cornelio fue víctima de la maledicencia, la calumnia y la envidia de enemigos acérrimos de los Escipiones. Porcio Catón –el Censor- los acusó de corrupción y de haber retenido parte del tesoro conquistado a Antíoco.
Cuenta Polibio cómo se debatió en Roma no sólo la falsedad o veracidad de la acusación, sino aún si correspondía volcarlas sobre aquél a quien se debía la existencia misma de esas instituciones que lo sometían a juicio. Léanlo y mediten juristas y estudiosos, pasados largos dos mil años, ya sin pasiones.
Sus enemigos clamaban por su muerte, lo pusieron preso y le confiscaron los bienes. Sus partidarios lo defendieron con ardor semejante. 
La tumba de los Escipiones está en la Vía Apia, a la salida de Roma, pero la de Publio Cornelio es desconocida. Se supone que está entre las ruinas de Capua, importante ciudad de aquel tiempo, cerca de la Nápoles actual, donde terminó exiliándose. Nunca más quiso volver a Roma, maldiciendo la ingratitud de sus conciudadanos.

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