Victorias y futuros
Victorias
y futuros
Modernos
especialistas militares y teóricos de la guerra advierten, en los últimos
tiempos, que hay cambios tecnológicos y sociales que están impactando sobre el
futuro de la guerra y el propio concepto de victoria. Señalan que se ha
producido un cambio del ambiente o contexto bélico, que la guerra se ha tornado
asimétrica y ahora último, híbrida.
Rivales con abismal diferencia en calidad y cantidad
de recursos militares, políticos y de comunicación obligarían a tácticas no tradicionales.
Resistencia, guerrillas, terrorismo de toda clase. Y contrainsurgencia,
terrorismo de Estado, guerra sucia o guerra civil (que a veces el futuro suena a déjà vu).
En la guerra asimétrica no existe un frente determinado, las operaciones militares no son
convencionales, se mezclan con acciones políticas y se involucra la población
civil. Algunos postulan utilizar cualquier recurso, sin objeción ética, ante
una potencia abrumadoramente superior en fuerza, tecnología, economía y
diplomacia.
La hibridez agregaría mayor
complejidad y confusión. El uso combinado de fuerzas regulares e irregulares,
con desinformación y aparatosa presencia militar en ofensivas limitadas
borrarían una distinción real entre la guerra y la paz. Los conflictos híbridos
implicarían esfuerzos a diferentes niveles con el objetivo de desestabilizar un
estado funcional y provocar una polarización de su sociedad.
El centro de gravedad no estría en un punto del
frente, sino en un sector determinado de la población enemiga, y se busca
influenciar a los principales estrategas políticos y responsables de la toma de
decisiones combinando la presión con operaciones subversivas. El agresor
recurre a actuaciones clandestinas para no asumir la responsabilidad o posibles
represalias.
Los
teóricos citan el caso de Ucrania, pero si uno mira desde América Latina da la
impresión de que en el hemisferio occidental también se puede conseguir.
Tras su
derrota en Vietnam, para las Guerras del Golfo los EEUU cuidaron muchísimo cómo
se comunicaba la guerra. No es que no tuvieran una larga tradición de
propaganda bélica, cosa que se puede apreciar contemplando una historia del
cine de Hollywood y cómo cambian los malos, que son primero comanches pero
luego alemanes, japoneses, comunistas, coreanos, comunistas, chinos,
comunistas, vietnamitas, comunistas, cubanos barbudos, narcos colombianos,
iraníes chiitas, árabes musulmanes, y -en la próxima temporada por netflix-
venezolanos. Pero lo que sucedió con Vietnam fue que, por primera vez en la
historia guerrera de los EEUU, su población rechazó la guerra. Rambo y sus
secuelas buscaron convencer a Homero Simpson de que habían ganado, pero igual aquéllo
fue un punto de inflexión.
Como las
legiones en tránsito de la república al imperio, el ejército se barbarizó y se
volvió más empleo profesional y menos servicio patriótico.
La Guerra
del Golfo -con sus ataques tecnológicos televisados y quirúrgicos, sin víctimas
propias ni enemigas- fue, además de una operación bélica, una producción de
propaganda. Uno se vería tentado a decir que la propaganda del agresor no sólo
difamó al vencido, sino que ocultó a su propio pueblo el sentido, el desarrollo
y la ocupación que ha seguido a la guerra.
Pero ahora
el impacto de la guerra en la opinión pública presentaría una renovada
dimensión y magnitud. La tarea de ocultamiento sería más ardua o imposible. La
presencia de ONGs y periodistas en el teatro bélico, alimenta a las redes de
las que son parte de manera inmediata, “on line”. A lo que se suma que esa
misma dinámica de redes de comunicación se puede nutrir –y de hecho se nutre-
de aportes de militares que están allí con tecnología de comunicación dual. Al
comandante operacional se le presentarían, entonces, nuevos desafíos y nuevas
restricciones a la hora de tomar decisiones, vinculadas a la incontrolable
percepción global de las bajas propias y de los daños colaterales a la
población civil.
Hasta aquí
lo que creo que dicen esos análisis de especialistas, quizás muy acotados a la
dimensión militar.
La aldea
globalizada electrónicamente; el auge, baratura y facilidad de los transportes;
y la construcción de una artificialidad humana que encapsula la naturaleza,
hacen que se incrementen los flujos migratorios, se entremezcle la humanidad y
se diluyan las fronteras entre proletariado interno y externo. Si en tiempos de
Lenin el capitalismo imperialista atiende dos frentes de cuestionamiento, el
del proletariado central y el de los del sistema colonial, ahora, con la
mezcolanza, la extranjería se funde en un concepto de prójimo más homogéneo y
extendido.
La baja o
nula tolerancia a las bajas puede tener que ver con esto, ya que se diluyen los
límites entre guerra al enemigo exterior, guerra civil y control de policía. No
recuerdo sociedades que hayan planteado exterminar a componentes de sí mismas
(antes de la expulsión y el genocidio por parte de los cristianos de la
reconquista y de los nazis, moros y judíos fueron segregados y construidos como
enemigos exteriores).
Ante la
crisis de los grandes relatos, la ausencia de mandato espiritual fuerte y la
idea de que la guerra no tiene fines nobles, no se movilizan sino mercenarios.
Eso quita legitimidad a la acción y a sostenerla. Que EEUU no logre un cuento
mejor contra Siria que el de las armas químicas es notable, a tan poco de Irak
II, y ha de querer decir algo.
El cambio
en la significación del espacio también incide en la dificultad del comandante
operacional. Armas muy devastadoras cuando el teatro bélico es ocupado por
'prójimos' hace inevitable no solo del 'daño colateral' al civil del otro
bando, sino 'fuego amigo' sobre el pueblo de uno.
Algunas de
estas ideas sobre el cambio de percepción del concepto de victoria, me evocan
ciertas concepciones urbanísticas que postulan la imposibilidad de planificar
globalmente, de intervenir o construir ciudades a gran escala. Posmodernidad y
otras filosofías del desencanto sugieren que 'lo pequeño es hermoso', y
promueven la ejecución puntual, focalizada y selectiva de pedacitos de ciudad.
Son producto sospechoso de una idea de resignación, fruto de la desaparición de
un poder con capacidad global de incluir o disciplinar la sociedad. O de una
percepción de imposibilidad de generarlo y sostenerlo.
En ese
empate permanente entre la guerra y la paz sus fronteras se diluyen, pero con
el achicamiento planetario bien puede el escenario evolucionar hacia una
policía global y no una guerra jalonada de armisticios. La película Brazil
imaginaba una pesadilla futurista y paranoica, donde una burocracia represiva
rotulaba el delito pequeño y la falta administrativa como terrorismo contra el
estado. Y donde el pueblo llano, excluido del gobierno y la riqueza, sospechaba
que los terroristas eran un fantasma creado y alimentado por aquella misma
burocracia al servicio de una élite rapaz y decadente. En la Brazil de Terry
Gillian no hay militares, guerra ni fuerzas armadas; sino inquisición, policía,
espionaje interno, delación, tortura y lavado de cerebros.
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